Nueve nombres, una misma historia

La estrecha relación con la presidenta María Estela Martínez de Perón le permitió al entonces ministro de Bienestar Social José López Rega disponer de parte del aparato estatal para crear la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) y perseguir a la militancia del ala izquierda del peronismo. La violencia que partió desde ese grupo […]

La estrecha relación con la presidenta María Estela Martínez de Perón le permitió al entonces ministro de Bienestar Social José López Rega disponer de parte del aparato estatal para crear la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) y perseguir a la militancia del ala izquierda del peronismo. La violencia que partió desde ese grupo parapolicial durante el gobierno democrático de “Isabelita” había actuado en Lomas de Zamora, pero desató toda su ferocidad la noche del 21 de marzo de 1975.

Ese día, según los testigos, 16 “lanchas” (autos) con cuatro hombres cada una llevó a cabo el operativo que recorrió Temperley este para buscar al concejal de la Juventud Peronista (JP), Héctor Lencina, y a varios más, entre los cuales estuvieron Héctor Flores, Aníbal Benítez, Germán Gomez, Eduardo y Alfredo Díaz, Omar Cafferata, Gladis Martínez y Rubén Bagnina.

Héctor Flores era el referente del barrio “Los Pinos” y se acercó a la JP —representada institucionalmente por los entonces concejales Héctor Lencina, César Dolinsky y Hugo Sandoval— cuando se organizó la toma de un complejo de viviendas en ese barrio. Pero la relación no duró demasiado. Irma Santacruz, entonces vicepresidente del Concejo Deliberante (que había obtenido su banca por la JP, de la que luego se alejaría) lo tentó para ser su secretario. Flores aceptó y esto lo ubicó más cerca de ella y del sector que respondía a Eduardo Alberto Duhalde, que ejerció la intendencia luego de que fuera destituido Pablo Turner, militante de la JP. Santacruz dijo alguna vez que cuando la Triple A se llevó a Flores de su casa, en realidad la habían ido a buscar a ella… De todos modos, su secretario estaba tildado en las listas negras; algunos testigos hablan de peleas y discusiones directas entre él y los dirigentes del sector más ortodoxo del peronismo.

Aníbal Benítez, cafetero del Concejo Deliberante. Ese era el trabajo que los concejales de la JP le habían conseguido para que no siguiera desempleado. Benítez conocía a Héctor Lencina del barrio, del trabajo que como militante de la JP realizaba. Había participado de las tomas de los hospitales Estévez, Español, Gutiérrez (hoy Alende) y Gandulfo, colocando interventores que regularizan la atención de los pacientes de una manera acorde al presupuesto que parecía quedar siempre entre los directivos. La noche de la masacre estaba en la casa de Lencina, quizá compartían un cafecito mientras veían un partido de Independiente. Y tal vez Gloria, la mujer de Aníbal, estaba cerca de ellos atenta a su bebé de cinco días y a Alejandro, el hijo de Héctor.

Héctor Lencina fue uno de los más valiosos cuadros políticos de Lomas de Zamora. No bien asumió como concejal en mayo de 1973, conformó el bloque de la JP luego de renunciar a la presidencia del Frejuli, el espacio que aglutinó a todo el justicialismo. Esta fractura enfrentó en las tablas a dos sectores del peronismo; Lencina era el referente de la JP y Eduardo Alberto Duhalde pasó a serlo del ala más ortodoxa. El día de la masacre, Lencina estaba en la casa que alquilaba y cuya entrada tenía un pasillo lindero al bar de don Pascual. La “Orga” (Montoneros) le había advertido “levantar” (desocupar) esa casa. Esa noche, en el bar, los clientes estaban boca abajo en el piso, tal como lo habían ordenado los matones de la caravana de la AAA. Héctor pudo haberse resistido y morir en combate; Aníbal no era un cuadro militar. Sin embargo, el motivo por el que se entregaron fue la presencia de sus hijos. Lencina y Benítez fueron subidos a los autos. A Alejandro lo rescató su madre, que había estado dando vueltas por el barrio ante la advertencia de lo que sucedía; los dos fueron llevados a Morón. Gloria y su bebe fueron llevados por Hugo Sandoval, mientras Dolinsky cumplía la tarea de reconocer los cuerpos de sus compañeros.

Germán Gómez y los hermanos Alfredo y Eduardo Díaz. Gómez, mayor en edad, estaba más comprometido con la agrupación, y como cuadro político en formación representó Santa Rosa en las reuniones que el Consejo de Juventud lomense de la JP realizaba en distintas zonas con dos representantes por barrio. Los hermanos Díaz tenían edad para estar en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), pero debido a sus empleos colaboraban con la JP desde el barrio; y aquí fue donde conocieron a Lencina. Daban una mano en la salita de primeros auxilios que ellos mismo habían construido al lado de la casa del concejal; compartían asado, falda y corazón con un poco de vino y guitarras junto a Héctor, Sandoval y Dolinsky. La comida y la música eran el recreo luego de reparar un cruce de calle, extender una red de agua o arreglar una vereda; entre la (dama)“Juana” de vino, la pala y la música surgían las consignas. Las compras de los materiales de obra se realizaban, la mayoría de las veces, con fondos de la comuna. Los trabajos se hacían luego de que los concejales de la Juventud consultaran a los vecinos sobre los déficit del barrio. Otras veces, los materiales eran aportados por los adherentes a la JP, como Germán Gómez, que daba una mano luego de volver de su trabajo en el puerto. Los hermanos Díaz se encargaban de organizar torneos de fútbol que permitían juntar el dinero para más obras; ambos vieron cómo “reventaban” la casa de Lencina y corrieron a advertirle a Gómez, pero fue tarde porque la Triple A ya había ido por él.

Omar Cafferata, Gladis Martínez, Rubén Bagnani. Los tres eran “compañeros de la JP”, así los reconocían en el barrio San José, donde tenían una casa sobre la calle Salta, aunque su trabajo territorial no fuera allí. Omar y Gladis estaban casados y llegaron a Temperley escapando de los servicios de inteligencia. Junto con Rubén, habían “levantado” casa tras casa desde la Capital Federal. Sus secuestros fueron la última parada antes de que los 16 autos se detuvieran en el baldío de Sánchez y Santiago del Estero, en José Mármol, e hiciera explotar sus cuerpos y los de sus otros seis compañeros.

Volver a la nota principal

NL-AFD
AUNO-20-03-09
locales@auno.org.ar

Dejar una respuesta