Los Horneritos: el trabajo como factor de inclusión social

La falta de un mercado laboral para las personas con capacidades diferentes motivó a un grupo de madres de Luis Guillón a construir un emprendimiento sin fines de lucro que produce bolsas de residuos y artículos de limpieza. Zulema Cano, madre fundadora de la entidad, criticó que “no hay inserción laboral” para ellos.

Carlos Dileo

Poliéster separado en paquetes por color, tamaño y calidad; máquinas de corte y sellado para bolsas plásticas; y cajas con distintos materiales de fabricación. Con estos elementos trabajan en el taller protegido Los Horneritos para personas con capacidades diferentes, desde hace 25 años, en la producción de bolsas de consorcio y artículos de limpieza en el partido de Esteban Echeverría. Este espacio se transformó en sinónimo de inclusión social frente a una sociedad que “no está preparada” para “insertarlos en el mercado laboral”, aseguró Zulema Cano, una de sus fundadoras.

Diecisiete operarios concurren al taller los cinco días hábiles de la semana de 8 a 12. El cariño y compañerismo de las asistentes le imprimen un sello distintivo a la jornada laboral. Pueden trabajar desde los 21 años y hasta los 65. Con orgullo, Cano asegura que pueden “realizar cualquier tarea que se le pida” y, además, se caracterizan por “ser respetuosos, ordenados y responsables” con su tarea.

“Buscamos darles un lugar. Los operarios (que participan del taller) son felices acá porque no tienen muchos espacios. La mayoría de ellos no tienen posibilidades de salir y pasear, los sábados y domingos están en su casa. No queremos que queden al margen de todo, explicó Cano, una de las madres que asiste a los operarios en la entidad.

El sentimiento de unión se mantiene con firmeza entre ellos más allá de las diferencias. “Ni política ni religión entra acá. Cada uno piensa o cree en lo que quiera”, remarca. La prioridad es el trabajo en equipo de los operarios, y para eso es necesario la supervisión de las madres que los ayudan en sus tareas. Ellas saben que son “pasajeras” en sus vidas. Inclusive muchas madres no llegaron a ver los progresos en estos más de 20 años.

Las paredes blancas del lugar se visten con guirnaldas de colores creadas por ellos mismos cuando festejan el cumpleaños de alguno de los operarios. Las horas que llevan juntos dentro del taller los convierte en grandes amigos. La contención que en algunos casos no reciben en su hogar la encuentran en Los Horneritos, que se convierte en una segunda casa tanto para los operarios como para las madres. “Este es mi mundo porque son 25 años de venir cada día”, subrayó.

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Los comienzos

En 1993 surgió la idea del taller por parte de tres madres que no encontraban un espacio laboral que incluya a sus hijos, situación que las movilizó para realizar la construcción de este emprendimiento. Los trabajadores aprendieron diferentes oficios en la escuela laboral pública. Sin embargo, al tener un problema de discapacidad “no los toman en los puestos de trabajo”.

El panorama no ayudó en los noventa, pero su perseverancia logró que descubrieran la existencia de talleres inclusivos. Sus hijos comenzaron a participar ahí, pero la intención era el acceso a un taller de producción administrado por ellas. Sin los recursos económicos para hacerlo consiguieron que el padre de Zulema les prestara un local para comenzar. “Con el tiempo ese espacio quedó chico, pero sirvió para iniciar aquella idea”, agregó.

Con los años pudieron acceder al terreno en Guillón. No obstante, las dificultades no terminaron. La construcción del edificio quedó frenada ante la falta de fondos con el techo y las paredes pero sin ventanas. La crisis de 2001 tampoco ayudó a terminar la obra. A estos inconvenientes se sumó que las ventas habían bajado por la situación económica del país en ese momento. Años después pudieron terminar los últimos retoques del lugar.

Cada paso significó “mucho esfuerzo” porque tuvieron “que golpear puertas y en algunas ni siquiera” se las abrían. “Tal vez, si no hubiera tenido a mi hijo discapacitado me dedicaría a otra cosa”, reconoció una de sus fundadoras. Más allá de la piedras en el camino, pudieron hacer realidad aquel proyecto que tenían en mente. Aquel “sueño loco”.

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Un taller protegido es un emprendimiento productivo pensado para personas con discapacidad que están incluidas en la ley 26.816 de Régimen federal de empleo protegido para personas con discapacidad. La normativa, además de reglamentar las condiciones de trabajo, prevé beneficios tanto para los trabajadores como para los administradores de los talleres. Pueden acceder a becas —una asistencia económica para el desarrollo de acciones que faciliten la inserción laboral— que les sirve para “mantener los servicios” como la luz, el agua y el gas; y a peculios —una suma mensual no remunerativa— que funcionan como un “incentivo económico” para los operarios, aparte del sueldo que cobran por su trabajo. Ambos son otorgados por el Ministerio de Trabajo de la Nación.

Un trabajo como cualquier otro

Coserlas, sellarlas, revisarlas, contarlas, doblarlas, acomodarlas en el paquete y embolsarlas. Cada operario está atento a cumplir su tarea asignada. El ruido del pedal pisado mientras se pasa la bolsa por la aguja o el martillo que golpea sobre el tornillo que ajusta las cerdas del cepillo a la base plástica son imágenes que muestran la dedicación del trabajo en equipo.

Los operarios, como cualquier trabajador, “pueden cumplir el objetivo sin ningún problema”. Cano explicó que “firman su planilla de asistencia cada día y su sueldo se calcula según los días que haya venido” porque sino “no es justo que el que se sacrificó en venir todo el mes se lleve lo mismo que el que no vino”. No todos pueden hacer los mismos trabajos. Cada uno se adapta a la tarea donde se siente más cómodo y se la rebuscan para hacerlo. En el hacer cotidiano “se le busca la vuelta”.

Cano reconoce que hubo “épocas buenas y malas” en las ventas. En este momento tratan de “que camine el negocio” porque “no está fácil” ya que los compradores “priorizan otras cosas” antes que una bolsa de consorcio.

La venta se realiza desde el propio taller y los trabajadores también llevan los productos para venderlos entre sus familiares o por su barrio. A veces son ellos mismos los que entregan a domicilio los pedidos. Tampoco dejan de lado la calidad de la materia prima de sus productos. “No la cambiamos porque la gente viene a buscar ese tipo de bolsa en específico”. Al trabajo de las bolsas se suma la fabricación de cepillos para escobas, alfombras, canillas, flexibles, entre otros artículos.

Los interesados en adquirir cualquiera de los productos creados en el taller se pueden acercar a Jujuy 245 (Luis Guillón), llamar al 4281-8515 o por correo electrónico a tallerloshorneritos2011@hotmail.com. Ellos cuentan con un listado de precios para mayoristas y un precio minorista para el común de la gente.

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¿Dónde está la discapacidad?

“Los chicos —operarios— son lo mejor de todo esto”, afirmó la mujer de 68 años. Los administradores “somos una circunstancia”, pero ellos siguen ahí. Ella espera que más personas se interesen en este modo de trabajo. “Queremos que haya más lugares de este tipo, que haya más gente comprometida en dedicarle dos horas semanales para acompañarlos”, añadió.

El deseo, después de más de 20 años de trabajo, es la construcción de un hogar porque los trabajadores forman parte del taller hasta los 65 años, luego pasan a formar parte de otros programas. Para Cano este trabajo es “un compromiso sagrado”. Por esa razón, advirtió que el taller no puede convertirse en “un negocio privado” porque “el trabajador es un número”, y además no se utiliza la misma metodología de trabajo. Su esperanza es que siempre haya familiares que se encarguen de “controlar” que la entidad siga en funcionamiento como una organización sin fines de lucro.

Cuando terminan la jornada se forman dos grupos para jugar a las cartas. Algunos hablan con palabras y otros con gestos. Aun en las diferencias ellos aprendieron a entender al otro. Cano los mira mientras juegan y se pregunta: “¿Dónde está la discapacidad?”. El momento lúdico es uno de los pocos espacios de diversión que tienen para ellos. La sociedad es “la primera que hace notar su discapacidad” cuando le dice “vos no podés”. En el taller encuentran aquellos espacios que afuera no tienen.

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