El escritor piletero

_Barrefondo_, la novela de Félix Bruzzone, en la que fusiona sus dos trabajos –el de escribir y el de limpiar piletas– es la materia prima de una película. Será filmada en Esteban Echeverría.

Marcos Stábile

Lomas de Zamora, septiembre 9 (AUNO).- Empezar a escribir porque el profesor de lengua incentive no suena para nada fuera de lo normal. Ahora, ¿empezar a escribir porque el profesor de física era malo? Una forma de pensar que se cristaliza en Félix Bruzzone, limpiador de piletas y escritor. Piletero-escritor, escritor-piletero: no se sabe cuál de las dos cosas lo define más. Su novela, Barrefondo, será llevada al cine por el director Jorge Colás y rodada en Esteban Echeverría.

La cita con AUNO es en el Starbucks de Belgrano y Perú, pero apenas llega cambia el rumbo. “Vamos acá, que es más típico”, dice con un chocolate entre la boca y la mano, y cruza al café de enfrente esquivando la llovizna con un andar de tipo que no es de la capital pero que se mimetiza.

Félix lleva 40 años de vida “a media voz”. Tiene tres hijos y vive en Don Torcuato. Es hijo de desaparecidos y publicó seis libros; dos de cuentos, dos para chicos y la novela Barrefondo. En casi todos ellos la dictadura y las piletas visitan como fantasmas las vidas de unos personajes que se parecen más a lo real que la realidad misma.

“Mi cotidianeidad no es tanto literaria, es de otras cosas. Es del trabajo este de las piletas, un trabajo muy material, muy artesanal, de tener que resolver muchas cosas todo el tiempo muy concretas y la verdad es que mi acercamiento a la literatura es un poco un bálsamo”, se explica.

—¿Por qué hay tanto de las piletas en tu literatura?
—No me queda otra, no es que lo reivindique como algo a destacar. Empecé a trabajar con eso de limpiar piletas y ahora no lo puedo dejar. Es un ingreso bastante fijo para mí. Sigue siendo medio así. Tengo una familia que mantener y no es tan fácil tomar un día la decisión de dedicarme a otra cosa. Tiene la comodidad extra de que en verano trabajo muchas horas y en invierno estoy muy relajado, lo cual me permite tener mucho tiempo para hacer lo otro, que es escribir y entrar en ese mundo de la literatura. Que no es sólo escribir, sino hacer otras cosas como leer o editar, que llevan tiempo y dedicación.

Del chocolate quedan el papel y ganas de más. Félix deja que el café se enfríe por completo y después lo toma de una, casi como un tequila. La lluvia no le gusta al piletero. Prefiere el verano aunque dice que el sol, a esta altura, lo lastima. “Me gusta el trabajo pero quisiera que se convierta en un trabajo como de jubilado. Como cuando van a limpiar a una plaza y se quedan horas limpiándola y le dan de comer a las palomas. Bueno, a mi me gustaría que limpiar una pileta para mí sea eso. Ir, quedarme ahí, instalarme, dejarla perfecta. Impecable. Sin un hongo ni nada”, completa.

La misma minuciosidad que tiene para limpiar la usa para escribir. En sus libros retuerce el lenguaje y lo exprime hasta la última gota: giros lingüísticos y expresiones innovadoras. Todo en pos de permitir que “los libros se dejen leer de muchas maneras”.

“Sobre todo en Barrefondo pasa eso. Lo primero que encontré para escribir esa novela fue la voz del personaje. Con esos giros lingüísticos. Y construí todo a partir de ese tono. La anécdota pasó a ser casi secundaria. A mí en realidad me interesa que los libros se puedan dejar leer de muchas maneras, que si uno quiere leer la trama lo pueda hacer, que si quiere leer un personaje, lo haga también. Que el texto pueda ocupar varias dimensiones y que se puedan ir siguiendo en su recorrido varias líneas”, dice, respecto de la novela que publicó hace seis años y en la cual un piletero, una tarde cualquiera, cree ser testigo de un crimen y desde ahí, toda su vida empieza a girar en torno a eso.

—Aparte de tu otro laburo, en tus historias aparece también el tema de la infancia y dictadura. ¿Cómo se cuela eso?
—La infancia la fui reelaborando bastante después de terminar mi adolescencia, empezando a hablar un poco de toda esa zona. Fue medio triste básicamente. No fue terrible, pero tampoco fue feliz. Creo que toda mi vida es así. Un poco a media voz. Muy a media voz todo. Sin picos, sin grandes picos. Lo que sí me doy cuenta ahora es que toda la tragedia de la desaparición de mis viejos quedó soterrada en la familia: cuanto menos se hable mejor; cuando aparece es pura emoción pero dura segundos. Pura emoción y compromiso, pero es falso en el fondo. En lo cotidiano es falso. Y de alguna manera eso es como un gran trauma que no se labura nunca. Y aún ahora que ya escribí dos libros, con esa temática incluso, todo el tiempo estoy como volviendo ahí. Es como algo que esta ahí siempre. Es terrible. Permanece. Son momentos en que uno descubre que hay un montón de cosas que están ahí funcionando; es medio triste eso. Pero bueno, la vida es también un poco así. Es como no tener una pierna. Es un bajón pero se puede vivir.

La dictadura y la desaparición de sus papás aparecen en sus relatos de una manera muy parecida a como aparecen en su vida. Siempre en referencias fugaces, en un fondo oscuro, latente. Pero irresoluto. En lo no dicho y lo que se suelta así como natural se esconde un mecanismo para “que a través de una cosa chiquita se pueda dar cuenta de algo enorme”.

“Fue como un aprendizaje literario encontrar este tema para trabajar los textos. Me ayudó a dar dimensiones. Es difícil verlo si uno no conoce bien qué hay de fondo. En los personajes que yo desarrollaba —que muchos eran hijos de desaparecidos—, yo conocía ese fondo y sabía en qué puntitos ese drama aparecía en lo cotidiano”, agrega el autor.

—¿Cómo te impactó que alguien se interesara en Barrefondo para una película?
—Yo estoy encantado de que a alguien le interese hacer eso, no tengo ningún problema. Me encantaría que sea una rebuena película, es un lenguaje que yo no manejo y no podría hacer un aporte muy significativo. Me despegué. Cuando vinieron a ofrecer esto yo acababa de publicar. No la quería ver más a la novela. Si vinieran ahora a ofrecerme capaz que estaría más dispuesto a volver a ver cómo era. Porque entiendo que una película es como un reinterpretación. Llevarla a otro lenguaje, es un proceso que me copa bastante. Pasa que me agarró justo cuando me la quería sacar de encima, en ese momento en que terminás y no la querés ver más. No sé, a mí me pasa así.

Aparte del largometraje, en el que no participa, pero que “ocupa tiempo” en su cabeza, escribe para el suplemento “Sábado” de La Nación y dicta talleres de literatura. También comenzó a dar clases en la Universidad Nacional de Lanús. El hombre de rulos a lo George Perec y voz serena, voz que es como el rumor del agua quieta en una pileta, explica que está bastante atareado.

—Sigo con las piletas y los talleres. Tengo varios proyectos en mente, fundamentalmente dos que de a poco voy amasando. Ahora con Facebook logré combinar lo de las piletas y la literatura, porque encontré en la red social un canal para volcar la experiencia del trabajo en las piletas aprovechando la forma de diario y la lógica de Facebook, que te pone el día y la fecha de publicación. Empecé a juntar material. En algún punto nace con la necesidad de hacer algo con las piletas, porque hay veces que no quiero ver una gota de agua más en mi vida, de hecho el sol ya me lastima. Arranqué con esto hace tres años y tengo bastante material como para armar un libro con eso.

Cuesta imaginarse la reacción de un lector “arquetípico” de La Nación al toparse con una de las aguafuertes de Félix. “Es un suplemento que no sé, es para otra gente, es para el que contrata al piletero, no para los que me leen en Facebook, que son gente más de la literatura o del palo. Pero bueno, parece que funciona ahí eso.”

—¿Te parece raro que tus historias salgan en La Nación?
—Es re loco porque es para gente de clase media-alta. Yo hablo con la editora y me dice que sí, que es raro. Al principio me decía esto sí, esto no. Pero de a poquito ahora pasa todo. Lo que sí saben es que es medio raro. Yo trato de a poco ir acercándome más a lo que a mí me gusta. Al principio estaba más alejado. Las primeras dos o tres veces, pero de golpe, puede llegar a aparecer una historia sobre un piletero con una ametralladora matando a los dueños de las piletas.

AUNO-09-09-2016
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