“He recuperado, he adquirido mi voz”

El legendario músico misionero, referente de la canción popular y creador del Gualambao, abre las puertas de su departamento de San Cristóbal, donde está preparando una sala de grabación y un centro cultural en el que enseñará guaraní y quechua. Mientras afina los acordes de sus próximos tres discos, habla de su vida nómade y de una búsqueda artística que no se agota en la música.

Facundo Rodríguez Saura

Existe un departamento en el barrio de San Cristóbal en cuyas entrañas se fragua un resto de la magia del país. Su fachada es angosta, cubierta por un sórdido polvo, ajada por las edades. Su puerta es una gran boca de hierro por la que podría entrar un gigante. Por fuera se asemeja a una pequeña ratonera. Al cruzar el umbral, uno se siente transportado a otro mundo. Luego de subir una escalera casi laberíntica, en el corazón del departamento, uno se queda boquiabierto. Los ambientes son inmensos, el techo es altísimo y la luz ingresa rauda por los ventanales. Con ese mismo misterio y diafanidad hace su aparición Ramón Ayala, rodeado de un fulgor níveo, casi angélico, pues está vestido de blanco de pies a cabeza: buzo, jogging y zapatillas.

Al igual que ese departamento, Ramón Ayala está construido con los materiales más nobles y antiguos. Tal como el edificio en el que vive, antiguo pero robusto, Ayala se mueve con celeridad, es rápido para la risa y tiene la vitalidad de un joven. Parece poseer el secreto de la juventud eterna.

-Ser feliz. La felicidad se trasunta en el rostro y la piel. Aquellos que andan caracúlicos y que duran, existen, no viven. Uno propicia las enfermedades. Yo tengo calma, pensamientos positivos y soy un tipo alegre. Dicen que la risa libera endorfinas que lubrican el organismo. Las malarias cerebrales, envidias, odios soberbias, liberan ácidos que oxidan. Yo soy así, papá. No hay tiempo para pelotudez. El único vicio bípedo inconsciente del planeta es el hombre. Ni el mosquito, ni el tigre, ni el elefante ni el león atentan contra su propia vida. El hombre no. El cigarrillo, la droga, el alcohol. Se van metiendo toxinas en la sangre. La vida es el único capital valedero de toda la galaxia. La vida, porque es la que te permite valorar el amor, la amistad, dios, el diablo, el aire, el sol. Hoy es un día cósmico, sideral, que está pasando por tu sangre y que te va llevando porque un día que se va es un día menos de vida. Ése es mi criterio y a mí me va fantástico” – Ayala no habla, recita. Su voz parece salida de las profundidades de esa tierra incandescente de Misiones, y es tan poderosa como las cataratas del Iguazú.

Adentrarse en el departamento de Ayala es como meterse en su cabeza. En el comedor, dos cuadros inmensos de su autoría, bien coloridos, cuelgan orgullosos. En el mismo ambiente está su guitarra de 10 cuerdas y sus brochas y pinceles. Arriba, en la parte del departamento que todavía está remodelando, los cuadros se amontonan en cajas. El ventanal enorme que hay en la cocina está conformado por paneles de vidrio cuadrados. Los superiores de color naranja, los del medio, transparentes y los inferiores verdes. Traen reminiscencias de sus pinturas, de la tierra que lo vio nacer, Misiones, a la que además le creó un ritmo propio: el Gualambao.

– Yo parto de aquella famosa frase que dice “quieres cantar el universo, el mundo, canta tu propia aldea”, porque en el lugar donde estás parado están los átomos, está la esencia del planeta, está la tierra. Y en cada individuo que anda por el paisaje la tierra habita en él. Está el tungsteno, el silicio, el manganeso, el hierro, el fósforo, el oro, el cobre. Todo está dentro de la sangre del hombre. El hombre es un pedazo de tierra que anda por el paisaje, nada más. Y tiene la obligación de defenderla, porque la tierra no habla, hace. Ella es la gran creadora de la naturaleza, pero el hombre que es la voz de la tierra, tiene que hablar, defenderla, y proyectarla. No darle la espalda, no olvidarla como hacen muchísimos soberanos –aflauta la voz– ¡Malditos!

– ¿Por qué creé importante que una persona conozca la música de su tierra?

– Porque es un deber. Si vos has sido parido en una tierra determinada y llevás esa tierra en tu sangre, no acceder al conocimiento de la propia tierra, y no quererla, no proyectarla es una especie de traición o de una ceguera total del individuo. Partiendo de esta máxima o creencia de que el hombre es un animal de costumbre, entonces una cosa repetida muchísimas veces, aunque sea una mentira, se convierte en verdad, ¿hmm?…fijate vos. Es increíble lo que ocurre con la mente del hombre que llega un momento que cree más en lo que viene de afuera que lo que viene de su tierra. Y él se disminuye ante la abundancia de cosas que vienen incluso sin entender un carajo el idioma de dónde viene, entendés. Porque está de moda. Esto quiere decir que el hombre tiene una mente que se acomoda a las cosas. Y es, digamos, proclive a dejarse llevar de las barbas, de las narices como los bueyes. Lo importante es tener el criterio propio, fundamentalmente, el timón de su propia nave, y el puerto que se le cante, no el lugar al que lo quieren llevar. Y tener consciencia de los valores, tuyos y de tu tierra y de la gente y ver más allá del horizonte.

La dicción de Ayala es frutal, las elles y las i griegas no las pronuncia con el seco “shh” porteño, sino con una pulposa i. Las “doble erre” son aceitadas, no salen como una ametralladora. Ramón no habla, recita. Hace música hasta cuando no lo pretende. Hechiza con sus palabras, como un brujo que sabe exactamente que conjuros invocar.

-Todo está lleno de magia, hermano. Este instante, la luz. Este sol inmenso, un astro inmenso que aparece en el espacio sideral para traerte su luz, su calor. Lo que pasa es que esto es tan cotidiano, tan visto que uno ya no le da bola. Y es el acontecimiento más inmenso que puede ocurrir. El hecho de que puedas tocarte la mano, de sentir tu piel, de amar. Eso es un regalo fantástico de la vida, de la naturaleza, de dios. Todo está lleno de poesía, de magia, pero el hombre está inmerso en ella y no se da cuenta. El poeta se da cuenta, el escritor se da cuenta. Por ahí el músico también, aunque esté metido en su cajita de música. Pero el que piensa eso, el que sopesa todo eso, es el que se asombra, porque lleva al niño despierto. Cuando se muere el niño, está muerto el hombre. Está muerta la capacidad de asombro del individuo. Porque esto que parece tan simple y tan dicho, es solemnemente fantástico y mágico. Todo.

De la misma manera que el departamento en remodelación, la vida de Ayala está sufriendo muchos cambios. Autor de un repertorio inmenso, sus canciones se hicieron conocidas en la boca de otros artistas de folclore. Pero desde hace unos años, un reconocimiento tardío lo acecha. El año pasado se estrenó en el BAFICI la película dirigida por Marcos López que tiene como protagonista a Ramón. El 16 de mayo se estrenó en el Malba.

– Me están pasando cosas tan importantes, y yo me creo un tipo extraño ya. Me parece que no soy yo. Viste cómo está inundada Buenos Aires de carteles en la calles… Estar ahí en esos carteles… Estar en una película… Qué increíble. Escuchame una cosa, de pronto, acceder así, por varias ondas, a la popularidad, verdaderamente es extraordinario. Me hizo comprender que toda la labor que yo he hecho ha sido positiva. Todo el trabajo denodado, empedernido, consecuente, de muchos años. Es decir que la obra resiste el análisis literario, musical. Antropológico, también, porque hemos traído al conocimiento público personajes como el Cachapecero, como el Mensú, como el Jangadero, que eran palabras prohibidas o desconocidas totalmente, de otro planeta. En cambio ahora es algo argentino.

– ¿Por qué cree que este reconocimiento llega ahora?

– Yo tenía una voz más bien de garganta, linda, pobrecita, pero no estaba acorde con la potencialidad de la obra mía. Y me dije, yo tengo que esperar. No tenía el ímpetu, la confianza, como tenía en la obra literaria, en el poema. Entonces preferí que otros cantaran mis obras. Pero ahora no, he recuperado, he adquirido mi voz. Ahora soy capaz de cantar ante 20 mil tipos, con un caradurismo especial.

Pero para este veterano músico, ni todas las experiencias del mundo bastan para hacerlo cesar en su labor creativa. Tiene infinidad de proyectos, como si no estuviera en el ocaso de la vida. Incluso se queja: “no me va a alcanzar el tiempo”. Tiene esbozados al menos tres discos: “Cantando con los poetas”, donde le pone música a poemas de autores latinoamericanos; “Cantando con los próceres”, donde los temas musicales homenajearán a las distintas figuras de la historia Argentina; y “La guitarra viajera”, cuyo eje será los lugares que visitó Ayala y pondrá en escena sus ritmos típicos, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. En su departamento de San Cristóbal está preparando una sala de grabación, y un centro cultural donde se enseñará guaraní y quechua. Además habrá un escenario para hacer muestras de pinturas y recitales. Ramón, un poco en serio, un poco en broma, ¡incluso se anima a decir que quiere ser presidente!

– Yo soy un señor y puedo llegar a ser presidente de este país, porque para ser presidente, como nosotros vemos, sentimos, no se necesita mucho, se necesita ser un señor noble, de buenos sentimientos, amando su tierra y al prójimo. Defenderlo, luchar, hacerlos crecer, darle cultura al pueblo y estar rodeado de estadistas. No aquellos que andan pendientes de toda la tachería y todas las sonoridades extranjeras y desechan su propia identidad. Eso es muy triste, no tener identidad, no ser de ningún lado, como esos tipos que tienen un envase argentino y un contenido extranjero. La gente aplaudía. Yo esto lo dije en un festival ahora hace poco. Mirá, y eso ya no lo dice ningún folclorista de este país, nadie.

Existe un departamento en el barrio de San Cristóbal en cuyas entrañas se fragua un resto de la magia del país. El artesano que trabaja el material es Ramón Ayala. Hace alquimia con la palabra, con los acordes y con los acrílicos. Su sabiduría está arraigada en la tierra bermeja, en el aire de la selva. Posee el secreto de la felicidad: hacer lo que uno siente, darse cuenta de que uno está vivo por única vez y que cada instante es único y maravilloso. Hacer lo que ama, para lo que cree que ha nacido. La obra de este orfebre es con toda seguridad la emanación del hechizo que habita nuestra tierra. Y como todo buen conjuro, durará para siempre.

AUNO 16-07-2014
FRS-AFG-EV

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